Para mí, la soledad es un acto de coraje. No es ausencia de compañía, ni un signo de tristeza: es un espacio sagrado donde el alma puede, por fin, escucharse.
Esta colección de fotografías nace desde ese susurro interior que todos llevamos dentro. Ese recordatorio de que, aunque estemos rodeados de personas, aunque nuestras agendas estén repletas de tareas, necesitamos momentos de silencio, de pausa, de encuentro con nosotros mismos.
No importa si estamos trabajando bajo presión o si estamos de viaje, explorando nuevos horizontes y culturas. Incluso en medio del bullicio de una ciudad desconocida, o entre los correos electrónicos y las reuniones de un día de oficina, surge esa necesidad vital de espacio.
Un rincón propio. Un momento sin máscaras. Un instante donde la única expectativa sea respirar, sentir, reconectar.
La soledad no es una interrupción del camino; es parte esencial del viaje. Es ahí, en ese pequeño paréntesis que nos permitimos, donde germinan las ideas más profundas, donde entendemos de verdad qué queremos y qué necesitamos para seguir creciendo.
Puede que estemos rodeados de maravillas, caminando por calles nuevas con una cámara en mano, o que estemos sentados frente a una pantalla cumpliendo nuestros compromisos… y aun así, el alma pide su espacio. Pide silencio. Pide ser vista.
En estas fotografías quiero reflejar ese refugio íntimo que todos deberíamos respetar. Porque abrazar la soledad no significa alejarnos del mundo, sino aprender a habitarlo desde un lugar más auténtico.
No tengamos miedo de buscar esos momentos. Porque en ellos, muy lejos de la prisa y del ruido, encontramos la versión más honesta de nosotros mismos.